20 Nov
20Nov



No estoy segura. Trato de recordar los porqués y, sólo se revelan, una serie de razones simples y casuales. Nada que me hubiera conectado anteriormente. Nada por desear descubrir. Tenía unos días libres en septiembre. Y no contaba con un gran presupuesto ya que había ido a Irlanda, Irlanda del Norte y Perú meses atrás. Para entonces pensaba ahorrar para mis viajes del siguiente año. De repente, escuché que era un país muy bonito. Con lugares memorables dignos de visitar. Y que era barato. Un poco de aquí y de allá como referencia.   

Nunca estuvo en mi larga lista. Tampoco nunca acaricié la idea de estar frente a Tikal. Ni visitar la hermosa Antigua. Es más, ni siquiera sabía que el Lago de Atitlán era uno de los más bellos del mundo. Y menos de la majestuosidad de Semuc Champey. Nada. Nada de ello estaba en mi radar viajero. Sólo tenía dos referencias: que es uno de nuestros vecinos del sur y haber leído la novela de Ximena Santaolalla A veces despierto temblando (2022) en el que aborda el genocidio de algunas comunidades indígenas en la dictadura de Efraín Ríos Montt. Y así, fue que emprendí el viaje medio a ciegas.  

Llegamos al aeropuerto La Aurora a eso de las seis de la mañana en un vuelo directo a Ciudad de Guatemala desde Los Ángeles. Luego emprendimos el camino a Lanquín situado al norte del país. Una vez ahí, en medio de la selva, visitamos el imponente Semuc Champey. Es un paraíso que tiene un puente natural de piedra caliza de trescientos metros sobre el que se forman una serie de pozas escalonadas de color turquesa y aguas minerales. El lugar te deja boquiabierto. Y el río Cahabón tiene una belleza exuberante. Es un imprescindible para quienes gustamos de la naturaleza y las actividades de aventura. Semuc Champey cuenta con un mirador impresionante, pozas naturales para nadar, el avistamiento del caudal acuoso, cascadas para contemplar, cuevas para visitar y paseos por el río. Pasamos dos noches en el Hotel Oasis en una cabaña muy linda y en un ambiente selvático único. Las instalaciones son ideales para disfrutar del río; del entorno natural, así como de la rica comida guatemalteca.  

Luego seguimos por carretera hasta la Isla de Flores en Petén. Casi al llegar, cruzamos en un ferry muy rústico. Pero funcional que nos permitió llegar a ese destino colorido y muy bonito. Una maravilla de lugar. Rodeado de miradores, senderos y pueblos muy pintorescos. La isla se disfruta caminando y haciendo paseos en lancha a los lugares cercanos. Tiene callecitas muy angostas y empedradas. Con muchos lugarcitos para sentarse a admirar el lago. Una delicia. También cuenta con terrazas muy altas y temáticas para ver las puestas de sol. ¡Y qué atardeceres!  

Nos hospedamos en el Hotel Isla de Flores que tiene miles de detalles alusivos a Guatemala y, lo mejor de todo, fue despertar con la vista frente al lago. Este ofrece servicios de alta calidad, tours y traslados en un ambiente muy típico.  

Desde la isla fuimos a visitar la zona arqueológica de Tikal. Como queríamos ver el amanecer; caminamos alrededor de una hora en la oscuridad y, en medio de aquel entorno selvático, escuchamos sonidos de animales salvajes y el crujir de la hojarasca. Al llegar, subimos a una de las estructuras arqueológicas para aguardar por los primeros rayos del sol.  

Esperar el amanecer en aquel silencio, es de lo que más recuerdo con mucha paz. Más tarde visitamos los puntos importantes. Hasta culminar en el mirador desde donde se obtienen unas vistas impresionantes. Tikal es bello y nos muestra la historia y cultura ancestral del mundo Maya.  

Regresamos en un vuelo de una hora desde Flores a Ciudad Guatemala. Luego continuamos al Lago de Atitlán para alojarnos en Santa Catarina de Polopó, uno de los pueblos que circundan el cuerpo de agua. Ahí conocimos Panajachel, Santa Catarina Polopó, San Pedro, San Juan y Santiago. Cada uno ofrece una experiencia distinta y única al visitante. Todos son interesantes y pintorescos. Comprobamos que el Lago de Atitlán tiene una belleza y energía muy especial e inigualable. Volvería mil veces.  

Después de algunos días de contemplación y relajación nos dirigimos a Antigua, la joya de la corona. Esta ciudad tiene una belleza espectacular. Un ambiente muy especial con aires ancestrales que se fusiona con lo moderno. Ofrece una vasta experiencia histórica y cultural. Hay restaurantes, cafés y bares muy exclusivos. Sus mercados cuentan con diseñadores y artesanos reconocidos. Sus iglesias, ruinas, centro de gobierno y museos son de una arquitectura destacada. Está rodeada de los volcanes de Agua, Fuego y Acatenango. Sus atracciones principales son bellísimas. Antigua es espectacular.  

Guatemala es un país que tiene selva, volcanes, lagos, zonas arqueológicas, sitios de aventura, gastronomía, historia y arquitectura. Septiembre es temporada de lluvias y aún así pudimos realizar muchas actividades. Pasamos catorce días en cuatro diferentes destinos donde pudimos ver el abanico de experiencias que lo hicieron entrañable. Desde un atardecer en Isla de Flores, una visita en Tikal, un paseo por el Lago de Atitlán, una caminata por Antigua, un amanecer frente al lago hasta probar su exquisita gastronomía. Sin dejar a un lado, la siempre sonrisa amable y cariñosa de su gente. Los guatemaltecos son embajadores natos de su país. Reconocen que han vivido tiempos difíciles y tenebrosos. Pero de igual forma, aman y destacan lo mejor de su historia y cultura. Tienen el corazón abierto para ofrecer la mejor experiencia. Y gracias a todo esto, terminé enamorada de este país.  

Quiero regresar a Guatemala. Hay algunas actividades que quedaron pendientes. Como subir el Volcán Acatenango, volar en parapente y nadar en el Cráter Azul. No las pude realizar por el temporal de lluvias. Y, sin embargo, no me decepcioné por ello; al contrario, estoy invitada a volver.  

Después de esta aventura; mi bagaje viajero se ha enriquecido de una manera inimaginable y mis coordenadas sentimentales se han enraizado en ese país. Rememoro mis días por allá y me encanta aún más. Y es que cuando regresas de un lugar que te ha dado tanto; la mente y el corazón hacen un camino de vuelta y reviven lo experimentado. Y se arraiga firmemente.  Sí, Guatemala era invisible hasta antes de conocerlo. Agradezco las simples y sencillas razones que me llevaron hasta allá. Y no mis acostumbradas investigaciones. Ahora la espontaneidad tiene un valor muy especial en mi experiencia viajera.   


                                                                                                          Gabriela Casas     

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